El Ejército de Profesionales
(Noroeste argentino, Chaco salteño)
Cuando
el pequeño ejército de profesionales se instaló en Tartagal para intervenir en
los territorios de los Pueblos Originarios del noroeste argentino, muchos de
sus miembros sentían que marcarían la diferencia, que habría un “antes y un
después” en la calidad de vida de los “indígenas”; como si la certificación
universitaria les diera la potestad de semi-deidad, que con el solo hecho de
intervenir en las comunidades algo pasaría; una disipación de malas energías, o
un milagro del racionalismo; que a través de oraciones bien estructuradas e
ideas claras se reordenaría la situación alimentaria que afectaba a las
personas de la zona. Y así, la primera noche de su arribo, se durmieron en sueños íntimos de
satisfacción y heroísmo profesional.
Se
esparcieron por el territorio, entraron en cada choza y rancho que vieron,
entrevistaron e interrogaron a toda mujer y hombre que encontraron, miraron con
muda compasión a los niños descalzos que corrían jugando, se impresionaron con
la ropa tirada en el suelo que se usaba como colchones en las viviendas, se
impacientaban ante las voz baja de las mujeres que apenas respondían, se
horrorizan con la delgadez de los perros. Preguntaron por despensas
inexistentes, cuestionaron la prioridad de comprar gaseosas, se molestaron por
la falta de civilidad ante la inexistencia del documento de identidad y ante la
carencia de urgencia de obtenerlo e interpretaron la malnutrición infantil como
una situación originada en la “falta de civilización” y en la desidia e
ignorancia de los padres.
Aconsejó y sentenció; “usted debe consumir aceite de oliva que es de mejor calidad”,
con mucha sapiencia, una nutricionista a una mujer wichí que la miraba con
misericordia.