3.9.18

PERIDIOTISMO 4 - Crónica




El Destierro
(Noroeste argentino, Chaco salteño)


Hay de todo, le dijeron; medicamentos, comodidades. También buena comunicación con el resto del área operativa, le aseguraron. Teresa no lo pensó tanto y partió a El Destierro a hacerse cargo del puesto sanitario. Apenas llegó a su nueva designación se percató de que sólo había la necesidad de que alguien se hiciera cargo del lugar. El resto no existía.
            Los habitantes de la zona son mayoritariamente criollos quienes le piden soluciones a sus dolencias, a sus heridas de hacha y a los partos que no podrán ser atendidos en el hospital. Ella trata de asimilar las experiencias de las parteras del paraje e intenta fallidamente interactuar con el curandero con quién comparte funciones implícitas en un lugar donde la cercanía con la “civilización” es surrealista.
            Durante el invierno El Destierro está a cincuenta kilómetros de Rivadavia Banda Sur. Apenas comienzan las lluvias y el Teuco y el Teuquito desbordan, la distancia se multiplica por diez. Con algo de suerte se puede acceder vía Provincia del Chaco haciendo un rodeo inmenso.
            Teresa consigue agua potable de la escuela y se alumbra con velas. Cada vez que viaja para su descanso logra traer algunos medicamentos y alimentos. Una vez logró salir en medio de una inundación caminando varios kilómetros con el agua hasta su cintura. Mientras arrastraba una chalana en donde iba su pequeña hija, pensaba que ya era suficiente, que no era justo exponerla a tanta peripecia pero su corazón de enfermera disentía. Cuando los caminos están transitables puede ir y volver en camioneta; el viaje le cuesta una cuarta parte de su sueldo que no sobrepasa los dos salarios mínimos.
            Teresa no se quedará para siempre en El Destierro pero todavía no se va. Ella quiere que sepan que no tiene miedo, que no tiene angustia pero también que no perpetuará el abuso y la desidia.
            Así se van sucediendo las estaciones, el verano con las lluvias eternas y el invierno con la polvareda y la sequía, y su pequeño rostro con su perpetuo gesto de sorpresa no sabe gesticular la derrota.
           

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