4.1.08

LITERADURA 2 - Mario Bahamonde Silva

Mario Bahamonde Silva (1910 - 1979)

CALAMA

Casi una orilla del desierto vivo,
casi una verde ola de fantasmas,
casi un barrio de Chuqui con el alma
de un campesino casi sorprendido.

Una estación el tren en el camino.
Choclos y pólvora, río y alfalfa.
Te defiendes del frío de la pampa
con el ala del poncho de tu vino.

Casi cordillera en tu olor a puna,
casi un nombre solo en sitial de gloria,
casi una flor rubia lejos del mar.

Calama, casi sueño, casi lucha,
hay en tu casi mudo, casi boca,
un pueblo verde con raíz de sal.

TALTAL

Cada noche de amor Taltal despierta
en su insomnio de viejo aventurero
para llorar de sed por el viajero
que sembrará una estrella ante su puerta.

Pero todo se fue: el sol, la huerta,
el cateador, el loco y el minero,
apenas quedó junto al salitrero
sobre la playa una gaviota muerta.

Una rosa de paz en la bahía,
la costa abrupta, la melancolía
de un atardecer: piedra, cerro, alma.

Y hay tanta sed entre su calma
que el mar sobre la arena se recuesta
para no desvelarlo de su siesta.



LA DUDA

El rostro de ella adherido al suyo, ansia voraz, intensamente adherido, delirio posesivo, boca con boca respirando el reciproco jadeo, el ardor reptándole más adentro de la piel, sudorosos, el cuerpo de ella huyendo de sus manos ávidas, las piernas entre piernas, incendio, locura, exterminio, boca con boca, ganas de hundirse hasta la médula de la vida en esa vertiente de la hondura carnal, delirante en el ardor de la sangre revuelta, él sintiendo que los hombros de ella eran suyos, suyo, suyos, sus senos suaves, ella entera en él y él íntegro en ella, solos, el volcán del placer y el desesperado braceo de la existencia, el manantial de la vida surgiendo desde las entrañas del deseo para la gloria del amos, ¡ay!, ¡oh, mujer!... Hasta que de repente el ovillo de los dos cuerpos estrujó los espasmos, deshaciendo sus ríos tibios en el acompasado declinar del más intenso goce del ser.
Hizo un esfuerzo a pesar del rescoldo de las ganas de permanecer así y pasó por encima de una pierna de ella para tenderse luego a si lado, muy cerca aún, sintiendo en el hombro, en el brazo, en la pierna, las últimas delicias del contacto. Pensó que había nacido para esa plenitud. Miles de años de existencia pesaban sobre su satisfacción. Era la vida misma empujando a la vida en la desesperada carrera, él era un murciélago vampiro, un delirante, la llamarada, el asedio, la eterna médula del amor.
Permaneció así, tendido a si lado, lo que le pareció un lapso fugaz. Empezó a flotar en la calma de la nada rumiando los hilvanes de un desvarío que se desvanecía en la semioscuridad vesperal del cuarto. Apenas divisaba a su lado el perfil con algunos cabellos revueltos sobre la frente y ese dejo de intimidad flotando en el dibujo de su silueta. Ella era su orilla , su tierna orilla en ese momento y, morándola en el juego de la nada quería llegar has su piel y penetrar más adentro, hasta averiguar el secreto de esa calma o de esa nada.Una vaga tristeza lo condujo hasta el laberinto del hambre. Percibió el vaho del amor flotando en los olores sexuales y un airecillo de pena le conmovió un vago anhelo de pureza. Luego le sobrevino la duda."¿Satisfecha...descontenta... desengañada...indiferente?, pensó con tenues sombras en sus cavilaciones y esas gotas ácidas penetraron por las grietas de la duda. La miró. Lentamente desvió si rostro hasta recortar por completo el dibujo del rostro de ella que en ese momento se había vuelto hacia él. Le apreció que un susurro de tristeza le reprimía una lágrima. Se alarmó. "¿Realizada?"... ¿frustrada?..." Escarbó en sus dudas. El hombro de ella, el brazo, la pierna estaban ahí rozando aún la delicia de su cuerpo, era ya no adherido sino simplemente al lado, en un contacto ausente, a las puertas del sueño. "¿Mala experiencia?... ¿buena experiencia?...", insistió caviloso. Tornó a mirarla, ahora de perfil, exhalando esa madurez de mujer en cuya belleza él había puesto todo el amasijo de sus ruegos, lágrimas y angustias.
Sin embargo, luchó por tranquilizarse, por no dejarse vencer por esa duda. Pensó que era absurdo insinuar siquiera esa duda. ¿Quién sería capaz de revelársela? ¿Y para qué?
Insinuó un ademán de besarla y ella le ofreció unos labios que parecían fríos, remotos. Se levantó. Se vistió lentamente mientras ella continuaba en esa ausencia inescrutable. Al despedirse, le preguntó:-¿Te vengo a ver el próximo viernes?... ¿en la tarde? –agregó.Ella esbozó una afirmación sin pronunciar ni una palabra.El partió con el corazón frío y la sangre herida por esa duda que de todos modos lo había mordido entre la carne y el presentimiento.

(La Duda. Páginas 75, 76 y 77 de "Derroteros y Cangalla")

No hay comentarios: